Seis.
Ya lo he dicho: Qin Shihuang vivía obsesionado con la inmortalidad. Como si una vida no le alcanzara para cometer todas las fechorías que planeaba realizar.
Veía signos de muerte en las cosas más insignificantes: una roncha cerca de la oreja era un tumor maligno; una mancha en la piel, la muestra de que su hígado había dejado de funcionar. Cada noche lo atrapaba un feroz insomnio que le recordaba que, algún día, de él no quedaría nada. Le aterraba la idea de la muerte. Y fue entonces cuando se enteró por palabras de Li Si de la existencia de la Isla de los Inmortales.
-Trescientos horizontes más allá de la costa de Hanzhou, donde surge el sol naciente, viven los que nunca habrán de morir. Ellos fabrican un elixir que concede vida eterna a quien lo prueba -explicó el ministro haciendo suya una antigua leyenda.
Yo estaba presente en el Salón Imperial cuando Li Si le dio la noticia a Qin Shihuang.
Este no me atrae nada...
ResponderEliminarUn beso ^^