Tenía tanto miedo que sentía el cuerpo agarrotado como si se hubiera zambullido en agua helada.
-¿Cómo? ¡No puede ser! ¿Y ahora? ¿Qué va a pasar?
Sin embargo, no obtuvo ninguna respuesta de Kazu. A Fumiko el cuerpo le temblaba a más no poder. La mujer del vestido seguía con la mirada clavada en ella con cara de espanto. Era como si fuera otra persona por completo distinta de aquella que, hasta hacía un momento, estaba leyendo un libro con tanta tranquilidad. Fumiko volvió a gritar hacia la cocina.
-¡Ayúdame! ¡Ayúdame, por favor!
Fumiko no sabía si Kazu había oído sus gritos o no, pero regresó sin rechistar. Tampoco podía ver que llevaba en la mano la cafetera de cristal llena de café. A medida que sus pasos se acercaban, Fumiko entendía cada vez menos todo aquello: las reglas, el fantasma, el conjuro. La situación no podía ser más confusa. Sin embargo, Kazu no se había pronunciado sobre si la ayudaría o no.
-¡Ayúdame! -repitió Fumiko gritando todavía más fuerte.
Entonces, justo en ese momento…
-¿Más café? - oyó que Kazu le preguntaba la mar de alegre a la mujer del vestido.
Fumiko se puso furiosa. Kazu no solo estaba haciendo caso omiso de sus gritos de pánico y pasaba de ayudarla, sino que encima se había puesto a ofrecer más café a la mujer.
“Reconozco que ha estado mal por mi parte no creerla cuando me ha dicho que era un fantasma y haberla agarrado con fuerza de los brazos para sacarla de la silla, pero ¿¡Cómo puede ser que me ignore cuando le pido ayuda y que se ponga a ofrecerle café?!