jueves, 3 de julio de 2025

[Página 42] Casa de muñecas - Patricia Esteban Erlés

 Abuela

Cada día al despertarse nuestra abuela se pintaba el pelo, las cejas, unas gafas de metal para ver de lejos y un anillo de zarina que le daban vueltas en el dedo, como si fuera heredado. Iba pintando como quien teje el mundo la cama de dosel de la que se incorporaba sin prisa, las zapatillas blancas de tacón que se calzaba, una puerta dorada como marco de espejo que crujía al abrirse. Salía al vacío y bosquejaba ante sí un corredor oscuro, cuajado de retratos antiguos de gente a la que nunca conoció porque también acababa de inventársela. Caminaba majestuosa por aquel pasillo con el lápiz de gradito en la mano, buscando con su cetro la pared donde dibujaría esa mañana la cerradura de nuestra habitación. Desde allí se asomaba curiosa al otro lado. A veces mi hermana y yo seguíamos esperándola temblando en camisón en el centro de la estancia. Otras, el frío de la noche, tan intenso, había logrado borrarnos del todo.