viernes, 2 de mayo de 2014

[Página 42] Cien días de felicidad

Lo más grave es que Paola lo descubrió todo. Sus pesquisas comenzaron una noche de febrero. Dejo mi iPhone sobre la mesa durante la cena. Ya lo sé, es un comportamiento muy ingenuo, de novato de la infidelidad. Pero, a fin de cuentas, era principiante. Mientras nos deleitábamos con un excelente pollo con arroz al curry, suena el teléfono. En la pantalla, bien visible: DOCTOR MONRONI. Novato, pero no estúpido.

-¿No contestas? –Me dice Paola.

-No, es… es Monroni, el médico del gimnasio –me invento, incómodo-. Es un pesado, seguro que es una tontería.

-Si quieres contesto yo y le digo que has salido…

-No importa, gracias, cariño. Mañana por la mañana le llamo. Este curry está riquísimo.

¿Se lo había tragado?

¿Había resultado lo bastante creíble?

¿Sospecharía?

¡Ni idea!

Hasta cuarenta y ocho horas más tarde no descubrí que las respuestas correctas eran: no-no-si. Y que mi mujer en ese momento se había convertido en el teniente Colombo, que cuando tiene la más mínima duda no suelta la presa hasta que la desenmascara y la enfrenta a sus responsabilidades.

De todos modos, la velada prosigue sin sobresaltos y eso me tranquiliza. Veo La bella y la bestia en la tele con los niños y, lo más importante, pongo el teléfono en modo avión. Así nada de llamadas molestas. Pero esa noche no duermo y, en el baño, borro todos los mensajes comprometedores del misterioso «doctor Moroni».


A la mañana siguiente telefoneo a la señora Moroni y descubro el motivo de la llamada inoportuna: esperaba que pudiera reunirme con ella después de cenar, en vista de que su marido había salido por un trabajo imprevisto.


¿Que os parece? ¿Se habría enterado?


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