Lo más grave es que Paola lo descubrió
todo. Sus pesquisas comenzaron una noche de febrero. Dejo mi iPhone sobre la
mesa durante la cena. Ya lo sé, es un comportamiento muy ingenuo, de novato de
la infidelidad. Pero, a fin de cuentas, era principiante. Mientras nos
deleitábamos con un excelente pollo con arroz al curry, suena el teléfono. En
la pantalla, bien visible: DOCTOR MONRONI. Novato, pero no estúpido.
-¿No contestas? –Me dice Paola.
-No, es… es Monroni, el médico del
gimnasio –me invento, incómodo-. Es un pesado, seguro que es una tontería.
-Si quieres contesto yo y le digo que
has salido…
-No importa, gracias, cariño. Mañana
por la mañana le llamo. Este curry está riquísimo.
¿Había resultado lo bastante creíble?
¿Sospecharía?
¡Ni idea!
Hasta cuarenta y ocho horas más tarde
no descubrí que las respuestas correctas eran: no-no-si. Y que mi mujer en ese
momento se había convertido en el teniente Colombo, que cuando tiene la más
mínima duda no suelta la presa hasta que la desenmascara y la enfrenta a sus
responsabilidades.
De todos modos, la velada prosigue sin
sobresaltos y eso me tranquiliza. Veo La
bella y la bestia en la tele con los niños y, lo más importante, pongo el
teléfono en modo avión. Así nada de llamadas molestas. Pero esa noche no duermo
y, en el baño, borro todos los mensajes comprometedores del misterioso «doctor
Moroni».
A la mañana siguiente telefoneo a la
señora Moroni y descubro el motivo de la llamada inoportuna: esperaba que
pudiera reunirme con ella después de cenar, en vista de que su marido había
salido por un trabajo imprevisto.
¿Que os parece? ¿Se habría enterado?
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