Al final, el anciano ladró una pregunta. La jefa
reflexionó antes de responder. Luego, desvió su mirada de la robot casi
desdeñosamente. Se dirigió al frente de la manada y aulló. Volvían a estar
listos para reanudar la marcha.
Esta vez los jóvenes porteadores aguardaron a que la
robot les adelantase. Toda la manada la dejó pasar en dirección a la jefa. El
viejo de la manada se colocó a su lado. Poco antes de salir del claro, el viejo
señaló el cuerpo destrozado del reptil.
-Hrrringa- gritó guturalmente.
-Hrrringa- repitió la robot, señalando también el cuerpo
del reptil.
Hrrringa: ser-reptil. ¡Qué palabra tan extraña!
El viejo asintió. Sus ojos, reumáticos
e inyectados en sangre, se estrecharon de placer cuando la manada empezó a
avanzar.
Cuando hicieron un alto para dormir, ya de madrugada, la
robot había aprendido varias palabras más.
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