Animales con deformaciones y algunos que jamás habían sido vistos antes por los estadounidenses. Objetos extraños, libros antiguos, oropeles ceremoniales de tribus africanas. Todo eso, y muchas más cosas, podían observar quienes acudiesen a las cuatro plantas del Museo Americano. Previo pago de veinticinco centavos, claro.
Y los artistas. Las personas. Aquellos que en el siglo XIX eran llamados, de forma muy desafortunada, "monstruos de feria", y que en el siglo XX se denominarían freaks. Aquellos seres a los que Barnum entendió, amó y explotó más que ninguna otra persona antes lo había hecho y más de lo que nunca nadie lo haría después.
Durante el tiempo en el que el Museo Americano tuvo abiertas sus puertas, centenares de esas personas se presentaron a ser exhibidas como fenómenos por parte de Barnum, acabando algunos de ellos por pasar a la historia popular estadounidense.
En el Museo Americano trabajaron, por ejemplo, Ana Swan, la mujer más grande del mundo; Zip, el microcéfalo; Josefina Clofullia, la mujer barbuda; Dora Dwaron, un hermafrodita, o Salumna Agra, la más hermosa de las circasianas. Todos ellos dejaron tras de sí una estela legendaria de historias a medio contar y secretos apenas entrevistos.Una promesa de diversión, asombro y espanto que aún perduraría muchos años.
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