Cambió el peso de un pie al otro cuando se decide a abrir el sobre de una vez por todas. Saca una sola hoja de papel y yo reviso mi teléfono para dejarle intimidad, aunque, en realidad, lo que deseo es quitársela y leerla.
Se pasa una mano por el pelo.
Después, dobla la nota por la mitad con delicadeza y la mete en el sobre. Intento contenerme, pero, como no reacciona, pregunto:
-¿Y bien?
Me mira, por fin.
Hay algo distinto en sus ojos. ¿Es posible que parezca confuso y sereno al mismo tiempo? La expresión que a uno lo atraviesa cuando acaba de tomar una decisión, pero todavía se debate.
-Grace, ¿verdad? Dame tu número de teléfono -exige, y me falta poco para bromear diciéndole que antes debería invitarme a una copa. Sin embargo, dada la situación, reprimo mi lado sarcástico y me limito a dictárselo -. ¿Qué haces el jueves?
-Nada
En realidad, nunca tengo nada interesante que hacer, más allá de quedar con Tayler, buscar trabajo o ir a alguna fiesta en la que siempre me siento fuera de lugar, como una avispa en una colmena de abejas.
-Te mandaré un mensaje para que me envíes tu dirección. Pasaré a buscarte a las cuatro de la tarde. La caja, por cierto, es para mí.
Me la arrebata de las manos sin vacilar y una sensación extraña me atenaza la garganta, como si acabase de quitarme una parte de Lucy, lo único que me queda de ella
-Pero…Espera…-Tengo la boca seca-. ¿De qué va todo esto? ¿Puedes decirme al menos qué ponía en la carta? Ni siquiera sé cómo os conocisteis Lucy y tú…