sábado, 13 de septiembre de 2025

[Página 42] Hijos de la mente - Orson Scott Card

 Si yo no pude, ¿Cómo podrías haberlo hecho tú? 
-Ni siquiera quise detenerlo -dijo Ender-. Quería que fuera. Era la culminación de la ambición de su vida. 

-Ahora lo sé. Es verdad. Fue buena que fuera, incluso fue bueno que muriese, porque su muerte significó algo, ¿verdad?
-Salvó a Lusitania de un holocausto.
-Y llevó a muchos a Cristo.- Se echó a reír, la vieja risa, la risa irónica que él había llegado a apreciar tanto por ser tan rara-. Árboles por Jesús. ¿Quién lo habría imaginado?
-Ya lo llaman San Esteban de los Árboles.
-Es prematuro. Hace falta tiempo. Primero debe ser beatificado. Ante su tumba tendrán que producirse milagros de curación. Créeme, conozco el proceso. 
-Los mártires no abundan últimamente-dijo Ender-. Será beatificado. Será canonizado. La gente rezará para que interceda ante Jesús por ellos, y funcionará, porque si alguien se ha ganado el derecho a que Cristo le oiga es tu hijo Estevão.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de Novinha, aunque volvió a reírse. 
-Mis padres fueron mártires y serán santos; también mi hijo. La piedad se saltó una generación. 
-Oh, sí. La tuya fue la generación del hedonismo egoísta. 

Finalmente se volvió, las mejillas sucias de lágrimas, con aquel resto sonriente y esos ojos cuya mirada penetraba en su corazón. La mujer que amaba. 

-No lamento mi adulterio -dijo-. ¿Cómo puede personarme Cristo si no me arrepiento? Si no me hubiera acostado con Libo, mis hijos no habrían existido. Sin duda Dios no desaprobará eso. 


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